EN VALPARAÍSO
CATÁLOGO PORTEÑO
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Texto y fotografía: Sacha Sinkovich
Fotografía: Pablo Blanco
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A pasos de la estación superior del ascensor Reina Victoria, y en la ladera que deslinda con el Paseo Dimalow, se ubica un pequeño hotel-boutique, que a la fecha cuenta con dos etapas.
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Estando en una zona de protección patrimonial, por fuera se conserva la fachada clásica de calamina pintada y maderas de fines del siglo 19, privilegiándose la mirada al entorno para las habitaciones, sin embargo es el interior el que depara la singularidad, sea en los espacios compartidos, como en cada unidad de habitación.
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Acá confluyen todas esas multiplicidades que, por lo menos a mí, me encantaron cuando fui estudiante y “mechón”. De eso ya ha corrido mucha agua bajo el puente, y sin embargo en esta obra he sido redirigido a esa sorpresa de origen. Se trata de una invitación a recorrer, por un par de escaleras interiores (la protagónica y la original), entrando por un frente (Paseo Dimalow) y saliendo por el otro semi privado (Pasaje Palma). Con este transitar se descubre también la dualidad del frente más turístico, contra la realidad más íntima, algo de la verdad original porteña, porque en Valparaíso también hay lugares donde se ausenta el mar.
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La novedad de la propuesta está en el vaciado interior para colmarlo de toda esa multiplicidad del universo exterior que tiene Valparaíso, y es la escalera la que logra eso y más. Ésta, que ordena las vistas, aireada por sus contrahuellas ausentes, permite que la luz la traspase y se convierta en un trazo ordenador desde el amanecer y hasta la puesta, y entre las habitaciones por lo bajo, y el restaurante mirador, en lo alto.
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Al sumergirnos, nos referenciamos más al Cerro, y con la estrechez aumenta la intimidad y la sorpresa del palimpsesto de la historia escondida de su tierra, los ladrillos de contención, y sus piedras en la parte baja, todo en un recorrido a través de puentes y escalera, con la historia del material original puesto en contraste con el color gris máquina de lo nuevo y la madera recuperada. Por ello entendemos que así como en lo alto está el mirador de la ciudad, por el interior está el continuo de la escalera: mirador de la intimidad.
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Con cada paso, nuestro catálogo de vivencias se va incrementando. Incluyendo la vista a la bahía, medida desde la ciudad interior y sus encuadres sucesivos, el sonido de los perros ladrando, las gaviotas invadiendo en la amanecida, la calidez del sol emergiendo en la mañana, y el grito del niño que llama a su padre cuando lo ve llegar. También puede ser entendido en la parte histórica construida, ya que de cierta manera la edificación se ordena en capas, donde lo más interno remite a los materiales, objetos y construcción del pasado, mientras que en la cáscara está la reinterpretación respetuosa con nuevos materiales y modos de proponer.
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En un exterior lleno de murales y color, el interior se muestra más sincero en el material, convirtiéndose en el soporte para mirar y observar el entorno, y no sólo desde el mirador en la parte superior. Con todo lo que pasa por el restauro, la sensación es que esta construcción siempre estuvo así, sólo que ahora está más esplendorizada.
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Lo que se hizo acá fue potenciar la imagen ciudad al dejar en evidencia aquello que ya es Valparaíso; de modo que los visitantes se puedan llevar no sólo la postal, sino que las sensaciones que tienen los habitantes permanentes de la ciudad.
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En algún momento dudé, y pensé que se perdería para siempre ese barrio de juegos y niños con la llegada del turismo y sus requerimientos específicos, pero no hay un “para siempre” tan largo, ni artista que sólo crie a sus cuadros como hijos. El proceso de renovación de barrio está en curso, con todo lo que alguna vez fue el catálogo porteño de este cerro, y a través de este ejemplo nos encontramos con un excelente comienzo para la ciudad, porque acá hay una propuesta hacia lo nuevo, pero también hay respeto y rescate.