EN SANTOS
ENCUENTRO
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Texto: Sacha Sinkovich
Fotografía: Joana França
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Por la Ronda de la amistad
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Inserto dentro del estuario de Santos, próximo al margen ganado con palafitos, se ubica una nueva escuela de Arte y Cultura, donde se llevan a cabo las actividades de la ONG Arte no Dique que en los últimos 12 años han fomentado el desarrollo del acervo local.
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El proyecto se nos presenta como un edificio con una imagen fuerte, y una fachada perimetral de ladrillo, (escondido parcialmente detrás de un muro que da a la calle). Así se transmite la idea de firmeza, y otorgando una certeza ante la inestabilidad y carencia de los habitantes del barrio (Dique Vila Gilda). No es un edificio impuesto, sino que surge y se inspira en la imagen de edificaciones portuarias y de la cultura local. También es un cuerpo que sobresale en altura respecto de sus vecinos, convirtiéndose en hito y promoviendo la idea de “juntémonos en…”, donde el llamado al encuentro se produce por la algarabía musical de lo que allí sucede.
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El emplazamiento de este volumen alto es claro y preciso, dejando la dimensión justa para circular por su perímetro, y liberando toda un área mayor del terreno (plano) que enfrenta en su sentido longitudinal. Mientras que en su sentido transversal, se convierte en un vinculante de dos niveles y calles, y por extensión, de dos realidades: aquella más “térrea” y la otra “palafítica”.
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Habiendo cruzado el muro, el patio nos habla más bien de la dimensión de una plaza, produciéndose una especie de contradicción entre un espacio netamente público (plaza) y el privado (patio), pero es precisamente en ello que radica la magia, por la aventura de trocar la condición, y lograr esplendor extemporáneamente. Esta idea de mutación espacial logra mayor esplendor al apoyarse en la serie de alteraciones que permite el edificio. Si bien es un paralelepípedo simple, la complejidad ocurre en la flexibilidad de los recintos y fachadas, y su despliegue hacia el perímetro. Entonces, cuando éste se abre, cambia a una dimensión nueva, con aire fresco, de vida, y pleno de actividad que se muestra a la comunidad. Y cuando se cierra, hace la señal del descanso o de lo íntimo.
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Desde otro punto de vista, más técnico, es además un recinto inclusivo, para el “usuario universal”, con señales para no videntes y discapacitados en general, al alcance de todos. Y en cuanto al material, el ladrillo aparece (también) como una decisión que aporta en la climatización natural, y una óptima calidad acústica, junto a la estructura metálica que establece el parámetro de economía y rapidez de construcción.
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Concordemos entonces que este proyecto propone el encuentro: de mundos, de márgenes (para convertirlos en bordes), de realidades etarias. Y cuando hay encuentro, se crean oportunidades, de enseñanza, de estudio y aprendizaje, de trabajo, de familia, o sea, de vida.
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Por lo tanto, este proyecto, más allá de soportar la actividad artística, se convierte en un lugar de excelencia para la reunión, donde todos los elementos arquitectónicos ayudan a generar el encuentro, entre puentes (muelles) de conexión, en una manzana larga que impide la conexión entre dos calles, y abriéndose sin perder la seguridad de un edificio público. Es un proyecto que transforma el sector permitiendo admirar el entorno y ser mirado. Propuesto esto, las barreras de escenario y espectadores quedan eventualmente anuladas, permitiendo un diálogo abierto donde uno puede ser en un momento actor, y luego espectador.
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Acá hay una muestra de cultura cívica, y una enseñanza de cómo debiéramos pensar nuestros “Edificios Públicos”, rompiendo las barreras y redefiniendo el concepto para ser “Edificios Participativos”. Esto no es sólo una manera de la arquitectura, sino que es parte de una filosofía de vida, y de cómo las actividades se resuelven en una “Cultura de convivencia”, la “Cultura de la ronda”, de protegerse entre todos mientras en el centro un reducto de personas nos deleitan con su quehacer hasta que a otros les corresponda destacar.