LA HABANA
ESPERA
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Texto y fotografía: Sacha Sinkovich
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Enfrentando el estrecho de La Florida, la capital de Cuba se yergue custodiando un mar abierto desde donde, hace 5 siglos, sirvió de puerta y desembarque a los colonizadores.
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La visitamos en esta oportunidad, sólo por 4 días, para captar una “instantánea” de esta ciudad congelada en el tiempo, y con la obligación de retornar, porque intentar entender el país es un desafío demasiado grande, y exponerlo sería irresponsable.
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Imagínense un viaje al pasado…estamos en La Habana de 1959… Hace sólo 3 décadas Le Corbusier proponía cambios y propuestas radicales que hoy nos parecen demasiado familiares desde esta vereda: eso era la arquitectura moderna. A la vuelta de la esquina está el Historicismo, el Modernismo y el Art Decó, y por ende acá cada uno de esos movimientos se hacen más potentes, porque no está la comparación con todos aquellos “estilos” que vinieron después, como el Postmodernismo o el High-Tech (y si están, no destacan). El Brutalismo recién se estaba expandiendo, y contrasta con la parte histórica del colonialismo.
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La sensación que nos invade es que estamos ante lo que la literatura ha plasmado como Realismo Mágico. El tiempo presente se alteró, y es fantástico, porque además están dadas las condiciones de transporte, comunicaciones e infraestructura de aquella contemporaneidad.
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La Habana no es muy distinta del resto de las ciudades latinoamericanas, o incluso del mundo, es decir donde se convive con el pasado, pero el hecho de que se haya producido un quiebre en su desarrollo a fines de los años 50, implica una larga pausa aparentemente a la deriva. Es una situación en la que el progreso urbano de la ciudad parece haberse detenido. Pero no nos engañemos, lo que sucedió fue que el crecimiento se trasladó a la periferia, descentralizando, y promoviendo las soluciones habitacionales de aquellos que lo requerían, en una mirada que debemos entenderla alejada de la óptica occidental.
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Un panorama así nos enfrente a nuestros mayores desafíos urbanos y arquitectónicos, ofreciéndonos una contraparte de qué habría sido si hubiésemos tomado un camino menos desarrollado y más equilibrado. El progreso, así como lo estamos enfrentando en Chile, en los últimos 50 años (y especialmente en los últimos 30), no logra el equilibrio. Se le ha imprimido una velocidad sobre la cual ya no tenemos control, es un desarrollo desmedido, sin conciencia, con planes reguladores obsoletos, y demasiado centralista.
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Dense una vuelta por La Habana, lean entre líneas, más allá de la postal típica y soslayando todos los prejuicios, y descubran que es una ciudad que ha esperado, y que por lo mismo ha ganado cualidades, que nosotros (y muchas ciudades del mundo), hace tiempo que hemos perdido (por ser “apurones”). Aquello que en principio resultó surrealista, se convierte en ejemplo y enseñanza.
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Un colega me hizo el siguiente comentario el otro día: “Si no es tan importante lo que hacemos”. Pues parece que sí es importante, porque cuando dejamos de hacerlo, para bien o para mal, se nota.