EN LA HABANA
TRANSICIÓN
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Texto y fotografía: Sacha Sinkovich
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Ubicado en una manzana completa de la ciudad, se ubica uno de los hoteles de arquitectura moderna más interesantes de la capital cubana.
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Su inauguración coincide con el término de uno de los períodos más discutidos de la arquitectura al alero de los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna), una especie de almacén de ideas para el ejercicio, y que nos sirve como óptica (parcial) para entender la consolidación de conceptos puestos al servicio de este conjunto de volúmenes. Casualmente también calza con el cisma de la revolución, ya que obras de este tipo iban en el sentido contrario de sus objetivos y por ende fueron excluidas, para priorizar la economía por sobre el lujo.
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Volviendo a lo arquitectónico y urbano, la discusión de los CIAM estaba centrada en el crecimiento de las ciudades, tanto de edificaciones como del parque automotriz. Es por lo mismo que avanzar en altura, fue la alternativa barajada, pero el asunto era cómo evitar que esa verticalidad rompiera con lo precedente, lográndose una conectividad acorde al requerimiento inicial. Es debido a lo anterior que el diseño de este conjunto propone una placa y una torre que se retrae, para evitar el efecto indeseado, y permite poder ser admirada a la distancia.
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Para lograr la transición se potencia el bloque horizontal escalonándolo para oponerse a la verticalidad extrema y presente. Así la placa logra reunir diversas velocidades en torno a ella: desde la del peatón, creándose un zócalo a su dimensión (pausa del andar) y una transparencia en el primer nivel que aligera el volumen, y hasta la vehicular lenta (próxima a la recepción vehicular) y que acoge en una segunda instancia de la placa, copiándose la altura de los predios vecinos, y así gradualmente se concreta la transición a una nueva placa superior, soporte final de la torre.
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Esto que aparentemente resulta bien, sufre un percance debido a la condición especial del lugar: el hecho de estar en el borde entre meseta y pendiente. Es la pendiente la que no fue considerada, generándose un frontis desmedido, hacia la calle que baja (“La Rampa” en la memoria de los lugareños). Si bien la fachada aparece con una composición muy interesante y rica en transiciones y circulaciones, peca en el quiebre esquina producto de una segunda decisión, más bien funcional.
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Esto se traduce en que adicionalmente hay dos fachadas del zócalo que exceden su uso de estacionamientos y de carga-descarga, opacando la vitalidad del entorno enfrentado y convirtiendo una calle céntrica en una ruta de servicio. No hay que perder de vista que lo que se está construyendo acá es el centro comercial de la ciudad, y por ende la altura simboliza esa centralidad a través de la monumentalidad de un hito que arma la esquina de la plaza, lugar de encuentro. Por ende el edificio se convierte en la transición en sí, entre la meseta superior y la pendiente identificada en el tramo de calle en pendiente, pero peca al dar la espalda.
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Desde el interior, la transición del movimiento, se convierte en pausa, y es acá donde la verticalidad se reúne con la idea de claustro abierto, en una especie de plaza interior que se mira a sí misma, y se fuga hacia la plaza existente. Es una transición interior, donde el lucernario cumple la función de crear un patio central (desplegado en dos niveles) y sin perder el tamaño exterior de ciudad. Esto es un aporte, ya que diversifica la plaza ciudadana con este estar protegido.
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Reconozco que tengo sentimientos encontrados con este proyecto, ya que rompió con el perfil de La Habana, pero no hay que restarle mérito a la intención de buscar congeniar la diversidad de tamaños, velocidades, geografías y usos. Ha sido un hito de referencia para la ciudad, con una estética única que no ha cambiado en los últimos 60 años, y que lo convierte en un modelo de estudio desde múltiples puntos de vista: un testigo de la transición.