El terreno fue seleccionado luego de un proceso de colaboración entre los clientes y el arquitecto. Los propietarios buscaban relaciones con el entorno totalmente opuestos a las condiciones urbanas ofrecidas en Santiago, es decir: naturaleza, geografía latente, extensión.
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El lugar está delimitado por dos quebradas verdes que confinan una loma agreste con una pequeña meseta en lo alto, lugar donde descansaban los animales de pastoreo. El nombre “El Moi” surge como la deformación del nombre “Molle” (debido al acento local) que es el único árbol que existe en el lugar.
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La geográfica lo domina todo, afectando la forma y niveles de la casa. El gesto de fundación está presente en las relaciones interior/exterior, donde la extensión de los corredores del interior se proyectan hacia el exterior como muelles que a su vez se internarán en el territorio como senderos.
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Existía cierto grado de libertad en posicionar el eje de la casa, a partir de la irregularidad de la meseta. Gracias a ello se definió un eje de oriente a poniente, ordenando el territorio y las actividades diarias. Se privilegió el mejor soleamiento hacia el norte que coincide con la vista panorámica total.
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La casa está dividida en dos partes principales: áreas comunes y privadas. Un muelle de acceso a la vivienda genera la línea divisoria entre ambas zonas. En general los distintos desniveles de la pendiente del cerro permiten que cada situación esté asociada a un nivel particular.
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Por un tema de economía se utilizó el módulo de 3 m. y sus variantes, en alto ancho y altura, en coordinación con las dimensiones Standard de materiales utilizados.
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Los materiales se muestran en su estado natural (madera, hormigón, fierro, vidrio), permitiendo identificar no sólo los espacios y recintos, sino cómo fueron estos construidos, cerrando el círculo entre diseño, construcción y resultado formal.
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